SOBRE EL INTELIGIR

26.12.2012 10:18


LA BIPOLARIDAD DEL INTELIGIR PERSONAL

Ser necesidad-capacidad sin tregua alguna.

 

En el mercado socio-cultural de la Región Lambayeque se afirma que la persona es capaz de hacer grandes cosas, muy capaz de lograr lo que quiere y de ser feliz en todo tiempo y lugar. Estas expresiones son ambiguas e inconclusas y se prestan para conclusiones equívocas y antinómicas que afectan el recto sentido de la capacidad humana: que la persona es capaz de hacer el bien y de hacer el mal cuando quiera y como quiera.

Cuando la persona afirma que es capaz de hacer el bien, en el fondo está necesitado del bien y de su misma capacidad personal para sentirse pleno y satisfecho; en cambio, por sentido antinómico, podemos decir que es capaz de hacer el mal pero ello no significa que está necesitado del mal para sentirse bien en su acción; si es capaz de hacer el mal, entonces está más necesitado que otros del bien en sí mismo para sentirse bien. La ignorancia por defecto hace que las personas hagan el mal, hasta de modo habitual, aduciendo tal vez que están haciendo el bien.

En nuestro apunte, pretendemos observar que la persona es necesidad y capacidad a la vez; e, intelige lo que más le conviene en sí y desde sí con los demás para exponerse más y mejor. Para tal efecto, empezaremos por esclarecer el sentido conceptual de “necesidad-capacidad”, luego explicaremos la actividad del inteligir como expresión propia e integral de la persona humana.

 

1.    “NECESITO Y BUSCO LO QUE ES PARA MI”.

Empecemos por un dato: Carmen siente hambre: busca de comer algo, al comer apetece su comida, al final se siente satisfecha. El relato expone una situación bipolar: una necesidad y una respuesta, desenvuelta en tres momentos: un antes (búsqueda), un durante (combate situacional de posesión), y un después (victoria fugaz); son tres momentos que delatan y describen a la capacidad como respuesta a la necesidad.

Toda persona es necesidad y capacidad, de modo indeterminado, con movimientos diversos pero en íntima conexión: en aquella hay espera en tensión, en esta hay tensión por satisfacer; esa vislumbra aspiración profunda, esta la ejecuta en prospección y propuesta; en esa la persona es espacio y campo de acción, en esta es autor y actor; ambas, en espíritu de unidad, son visión y misión humana a la vez, vistas no como si fuesen dos caras de una misma moneda, sino dinamismo integral por el lado que se la mire. De ahí que, la suprema necesidad de la persona sea el mostrarse y demostrarse capaz en saciar su necesidad de experimentarse plenamente humana.

En tener lo necesario y responder con eficacia estriba la acción emblemática y propia de la necesidad-capacidad de la persona humana. Para tener se tiene antes que “buscar” y, para responder (dar), urge antes “saber”; “buscar” y “saber”, como denominativos de acción, son necesidades mediáticas para la concreción del tener y responder. Las necesidades mediáticas son implícitas, impostergables e inconfundibles en la acción para satisfacer la necesidad prioritaria que suponen ser el tener y el responder. Al mismo tiempo, el “buscar” y el “tener”, como estilos de acción transitiva, delatan y exponen el sentido de la capacidad personal. De modo que, “buscar-tener” y “saber-dar” delimitan el ámbito unitivo e inagotable del dinamismo humano descifrado como “necesidad-capacidad”.

Cada elemento de los binomios combinables son necesidad y capacidad a la vez. De la combinación suscitada entre los elementos, obtenemos lo siguiente:

-          Buscar para tener

-          Buscar para dar

-          Buscar el saber

-          Saber buscar

-          Saber tener.

-          Saber dar.                                            Es hacer experiencia antinómica y confusa.

-          Dar el saber

-          Dar mi  buscar.

-          Dar mi tener.

-          Tener que buscar.

-          Tener el saber.

-          Tener para dar.

Todas estas expresiones pululan en nuestro mercado cultural; las mismas que, en sí, no son negativas ni equívocas; sólo que no son plenas en orden a la dignidad humana. La acción aquí ejecutada, sin el bien, quedaría en abstracto o lenguaje utópico, sin ubicación y finalidad personal; habituarse en ello significa encaminarse o prestarse de modo inconsciente para que el mal haga experiencia personalizada en el sujeto.

Para que la persona se experimente como realidad de bien en sí misma y en su acción, amerita del bien como sujeto personalizado y como adverbio de su acción: “ser el bien y actuar bien”.

El "dar", el "buscar", el "tener" y el "saber", necesitan del bien como si fuese su sujeto personalizado y de la participación de los otros tres restantes a fin de que la necesidad sea una experiencia concreta a satisfacer; así también, cada elemento como indicativo de acción hace del bien su adverbio supremo y amerita en orden a la persona de la participación de los tres restantes para una entera acción de autenticidad humana.

Cada experiencia del bien en nuestra acción personal, por más mínima que sea, es y será experiencia de plenitud humana.

-          Buscar bien para tener el bien

-          Buscar bien para dar el bien

-          Buscar bien para saber bien

-          Saber buscar el bien

-          Saber tener el bien.

-          Saber dar el bien.                                                                              Es hacer experiencia de plenitud.

-          Dar bien el saber

-          Dar bien mi experiencia de buscar.

-          Dar bien mi experiencia de tener.

-          Tener al bien para buscar bien.

-          Tener al bien para saber bien.

-          Tener el bien para dar bien.

 

La necesidad-capacidad personal, como dinamismo humano, configura en sentido pleno el bien como sujeto personalizado y como adverbio de acción: «ser el bien y actuar bien». El mismo hecho de aspirar a sentirme bien y de querer hacer bien las cosas me dice que el bien está en mí, aunque no lo conozca como tal; también es cierto que, para hacer bien las cosas es necesario disponer del criterio específico de lo que significa “bien hecho”.

De modo que, ambos criterios se complementan; de ahí que no basta el contentarse con hacer bien las cosas (—si al final me equiparo a una máquina—), apremia el verse y sentirse realidad de bien en modo absoluto y universal (—la persona en su dignidad humana—).

El bien como experiencia personal y como adverbio de acción define el sentido pleno de la necesidad-capacidad en cada persona.

 

2.     SENTIDO PROPIO DEL INTELIGIR.

En «ser el bien y actuar bien» estriba el sentido pleno del dinamismo humano. Aunque si resulta fácil enunciarlo, la expresión emplaza deseo, objetivo y acción para concretarlos sin demora alguna. El logro obtenido es real pero fugaz, absoluto pero momentáneo, universal pero con semblanza particular. Todo ello es tan cierto como este otro dato: el «ser el bien y actuar bien» es un letrero petrificado como necesidad-capacidad en la existencia personal; y, ante ello, cada acción personal no hace más que sacarle brillo y actualidad. Y, todo ello porque “la persona es y está en acción”.

¿Qué hacer, entonces, para que nuestra “forma de ser y actuar en plenitud humana” sea una realidad propia, constante y actual, para protegerla y explicarla con sentido histórico?

Nuestra propuesta estriba en revisar el sentido hermenéutico del inteligir como expresión dinámica e integral de necesidad-capacidad personal.

 

2.1.       Sentido conceptual del “inteligir”.

 

El verbo inteligir expone la actividad propia de la inteligencia (del latín intellegentĭa) que a su vez deriva de intellego, una palabra compuesta por dos términos: intus (entre, dentro) y legere (leer). El origen etimológico de inteligencia hace referencia al leer dentro.

El leer dentro connota actividad concreta y lugar específico; el leer subraya el acto racional ambivalente y unido del “interpretar” y el volitivo de “explicar”; las expresiónes dentro, entre, especifican la profunda interioridad de la persona como espacio de su actividad propia. Toda la expresión leer dentro delimita el siguiente marco: siente el estímulo, busca comprenderlo, se adentra en sí mismo convocado por su necesidad, pesa (piensa) las valencias y elige (decide). Todo este marco subraya lo que es el inteligir como actividad propia e integral de la persona; si de un lado es necesidad y apremia ser absuelta, del otro es respuesta integral; ambos lados comprendidos no en modo disociado ni paralelo, sino en íntima conexión simbiótica que la persona ejerce en su afán de sentirse más y mejor. Desde este punto de vista, la inteligencia humana no es tanto la facultad de tener ideas o conocer en detalle el sentido del fenómeno allí aparente o presente, sino el arte de sentir, ubicar datos y sentirse bien[1]; ante ello la fantasía y los sentidos proporcionan aquellos elementos particulares y saberes impropios que aún deben ser leídos por la persona humana; sin que signifique aislarlos o postergarlos del entero marco del inteligir humano. En tal sentido, la persona, al recibir datos internos o externos necesita pensar lo que siente y decidir en la fracción de un instante y espacio determinado a fin de estar bien.

El cuadro que sigue explica en síntesis nuestra pretensión cultural del concepto inteligir:

 

Sentido integral del inteligir

Factores

Elementos

Necesidad

Capacidad

Producto

Expresión

Factor sentiente

Sensación

Emoción

Pasión

 

 

De novedad

 

 

Captar

 

 

 

 

Gesto

 

 

 

 

Acto humano

 

Factor

racional

Sentimiento

Percepción

Pensamiento

Conocimiento

Razón

Memoria

 

 

 

De luz, orden

 

 

 

 

Comprender

 

 

 

 

Idea

 

Factor

volitivo

Voluntad

Libertad

 

De identidad

 

 

Explicar

 

Individualidad

 

·         El sentir

-            es necesidad cuando la persona apremia verse nueva;

-            es capacidad por ser propiedad del ser vivo: el insensible esta fuera de la realidad concreta.

·         El pensar

-            es necesidad por la urgencia de ver todo claro en la interioridad personal;

-            es capacidad a razón de la condición natural del ser humano: actuar sin un mínimo de razón suficiente implicaría desdecir de la condición natural humana.

·         El optar o tomar decisiones

-            es necesidad a razón de la identidad; y,

-            es capacidad como expresión de libertad: en la acción humana la identidad personal es un detonante de prioridad absoluta.

Sentir, pensar y optar están en estrechísima unión en orden a la satisfacción y autenticidad personal; la ausencia de uno sólo de ellos rendiría huera la acción humana. El inteligir no se circunscribe al solo dato emocional, o volitivo, o racional[2]; sino que es total e integral[3]. El inteligir implica actuar todo en sí, para sí y desde sí a los demás; limitarlo a un solo aspecto implicaría desnaturalizar el norte de la necesidad-actividad humana: ser uno mismo en saciedad y novedad personal. El inteligir, si bien es una acción determinada, no por ello está circunscrito a horarios específicos, sino que es acción inagotable y constante de la persona.

 

2.2.       “Inteligir” desde una posición estratégica.

Cuando alguien de improviso viene a mi casa y me resulta familiar su presencia, le invitaría un pan o una fruta, haciéndome agradable la convicción de que él no pondrá reparos a mis límites; pero, si al mismo tiempo o de improviso me caen personas desconocidas de alta jerarquía social y cultural, entonces acudo a mi dispensa personal para ofrecerles lo mejor; caso contrario, me haría un nudo de preocupaciones por no reunir lo necesario para cubrir las circunstancias exigentes. De modo análogo, el caso en su primer momento remite al actuar por experiencia, lo segundo al emblema de la sabiduría; el dato antinómico del mismo interpela al rol histórico del renovarse desde la profunda interioridad.

Para comprender mejor nuestra pretensión cultural, deslizamos el cuadro siguiente:

 

El inteligir entre la experiencia y la renovación

 

Factores

Sistema vital

Situación

Criterios

Efectos

Posición

Evidencia

 

Experiencia

visible

Diario trajinar (Praxis)

Conflictos y riesgos

Cansancio

 

Indigencia natural

invisible

 

Sabiduría

(Teoría)

Derechos y deberes

 

Comprender

 

Astucia y humildad

 

Renovación

 

 

Ir a la interioridad

(Creatividad)

 

 

Génesis de la acción

 

 

Solidaridad

 

 

Humano

 

 

Actuar por experiencia significa echar mano a la bodega personal del conocimiento y disponer de lo necesario para afrontar los duros embates que ofrece la vida, no obstante el cansancio con sus riesgos propios que supone al actuar en la ineludible y propia indigencia natural; en ello, la sabiduría no hace más que nutrir, dar velocidad y eficacia al actuar humano. Sin embargo, el actuar por la sola experiencia implicaría ahogarse en un círculo vicioso en el que las decisiones de la conciencia apestarían en el fuero externo del ambiente humano; así también, limitarse a juzgar la vida sólo desde la sabiduría significaría ponerse al nivel de un monolito o de una estatua imberbe que se muestra impávida ante la grandeza de la libertad en la acción humana. El sentido pleno de la experiencia humana supone y exige que la praxis y la teoría sean dos criterios en estrechísima unión. Por ello, consideramos urgente e irrenunciable habituar la aptitud y actitud de ir siempre a la profunda interioridad para nutrirse de aquello que supone estar en y con la Verdad absoluta y salir de allí en forma renovada y plenamente humano. Es indiscutible que cuando se hace mercado quisiéramos que lo comprado dure una eternidad en la bodega personal, pero también es cierto que si no sentimos la necesidad de revisar nuestra bodega interior, se corre el riesgo de que poco a poco se pierda la dirección y habitud de hacer mercado en la fuente de Vida personal; las consecuencias ya son evidentes en nuestro sistema social y cultural.

“Experiencia” y “renovación” se complementan entre sí, como si fuesen dos pistones del dinamismo personal, a la vez que delimitan el ámbito y sentido pleno del inteligir.

Sin embargo, nos preguntamos: ¿en qué flanco de la experiencia debe situarse la persona en forma actitudinal para orientar su inteligir? Si se ubica en la experiencia visible la vida le resultaría una realidad opresora y asfixiante, asumida en tramos de rebeldía personal y social; si se sitúa en su interioridad como atalaya de su visión y misión personal, estaría desaforado del calor humano que supone el trajín de la vida. En cambio, si se posiciona, sin darse a notar, en lo invisible de la experiencia, con extrema facilidad irrumpirá cual resorte solidario siempre nuevo hacia cualquier situación que le depare la vida. El tono del “sin darse a notar” especifica que la persona se enfrasca de modo real y pleno o en la experiencia o en la renovación, sin que ello signifique que propio ahí hace residencia. Sólo así será comprensible, razonable y operante aquello de ser “humilde como una paloma y astuto como una serpiente” en la acción humana.

Ahora que ya sugerimos la posición estratégica de la persona para salvar su forma de ser y actuar en todo tiempo y lugar, reiteramos que nuestros tiempos, embriagados de ciencia y tecnología, de imitaciones ideológicas y competencias utilitaristas, apremian un tipo de persona que inteliga de modo inagotable su necesidad-capacidad de ser y actuar el bien en sí y desde sí en y con los demás.

 

3.     ¿CUÁL FORMACIÓN PARA NUESTRO INTELIGIR BIPOLAR?

Reabriendo nuestro caso: si Carmen tiene hambre, lo más conveniente es que se procure un menú familiar, el más cercano posible. Pero, ¿cómo se sentiría si al probar los alimentos constata que uno de sus ingredientes está crudo? ¿tiene que pagar por tal estafa? Por analogía, inducimos que la formación es un ingrediente prioritario en el desarrollo y progreso del ser humano. Sin embargo, las personas encargadas de preparar el “menú cultural”, peroran con recetas “culinarias” y sólo se limitan a preparar ricos potajes para ciertas clases sociales, al margen de una sana alimentación de cultura humana para todos.

En nuestra región Lambayeque las instituciones múltiples están hambrientas de reconocimiento y valoración del sentido político y social de sus necesidades históricas y, al mismo tiempo, se muestran exigentes y ávidas de espacios culturales y de tiempos sistemáticos en el cual exponer y demostrar su ingente capacidad de ser y dar el bien transformador en desarrollo y progreso humano. Hay un divorcio cultural dantesco entre necesidad y capacidad que muestran los ciudadanos e instituciones políticas y sociales. Muy mal hacen las universidades del sector cuando pretenden responder a la demanda cultural del sistema social, enfocando argumentos que sólo aluden a la capacidad humana: por doquier se exponen temas de liderazgo, de competitividad y de competencias, como si ello fuese la suprema necesidad de las personas. ¿Acaso las personas no disponen por naturaleza de una sana individualidad, diversidad, y conflictividad social y cultural? Nosotros sólo adelantamos una premonición: si no se instala una formación humana y científica que forje el inteligir bipolar en las personas comunes y jurídicas, el riesgo de luchas de clases y la imposición de voluntades será cada vez más evidente y difícil de contener con códigos de ética política y ciudadana.

Hay que primero formarse para ser indviduo (in-dividuo: no dividido) en sí mismo y desde sí en y con los demás; el ser persona no es una prioridad sustantiva sino una exigencia social del individuo. Sólo desde la individualidad la persona es plenitud conceptual, lo contrario sólo expondría a una persona socialmente dependiente o individualmente explotada; sólo desde una pedagogía sistemática de la individualidad será posible comprender el lado complejo de la conflictividad social; sólo desde una visión del conflicto que es toda realidad individual y personal será posible encausar la misión política y cultural en clave de solidaridad y comunión intra e interpersonal; sólo desde una cultura científica de la necesidad-capacidad personal y social será posible y factible hacer universidad como rostro de la necesidad social y esperanza de la capacidad humana en los más necesitados.

El reto formativo no está en la esquina ante mí; ya está en mí, en nosotros: somos Universidad Señor de Sipán; y, pareciera que más pesan la necesidad de servir cultural y científicamente que la capacidad de actuar en y con la sociedad local emergente. Sólo hace falta la estructura curricular y sistémica que recoja y valorice en pleno la necesidad-capacidad de escuchar y dialogar con fe y razón sobre la sana individualidad existente en las autoridades académicas, facultades, escuelas, programas, personal administrativo, personal de servicio, personal de seguridad, docentes, alumnos y, sobre todo, de la sociedad civil. Una universidad que sólo se dedique a impartir conocimientos sería equiparable a un museo embadurnado de piezas humanas con las manos extendidas solicitando oportunidades de trabajo o con los puños manifiestos tratando de romper el vidrió del divorcio existente entre universidad y sociedad.

La cultura no es pues sinónimo de conocimiento, sino de cultivo integral personal y social; el formarse no es sinónimo de saber teorías y fórmulas adicionales en el actuar profesional y técnico, sino de saber ser persona humana y culta.

Por lo tanto, para salvar el inteligir integral apremia impostar una formación en el saber ver las necesidades personales y sociales del entorno social circundante, juzgarlas como realidades actuales de bien propios, y actuar las capacidades en modo gradual, técnico y solidario en espacios académicos y tiempos curriculares propios en el que todas las personas en formación participen, compartan y hagan como algo propio el desarrollo y progreso humano.

CONCLUSIÓN.

Afirmar que soy capaz de actuar el bien significa que antes necesito tener el bien; así también, si afirmo que necesito el bien es porque me reconozco capaz de ello. Toda persona humana es necesidad y capacidad a la vez: la necesidad de sentirse y demostrarse capaz, y la capacidad de satisfacer de modo pleno y total el deseo profundo de ser más y mejor en todo tiempo y lugar.

El inteligir no es otra cosa que el dinamismo personal unívoco hecho necesidad-capacidad de bien pleno y absoluto en la persona y con ella en los demás semejantes.

Por lo mismo, si toda persona es el bien hecho persona y a la vez el bien personal, significa que intelige su deseo-satisfacción como “derecho-deber” personal y social.

Dr. Rogelio Aguilar V.

Pimentel, 14 de Diciembre del 2012.



[1] Las definiciones sobre la inteligencia son variopintas y responden a exigencias de cada cultura en tiempos específicos; aunque si, en todas ellas se la distingue como una “proyección” que emerge y apunta hacia un objetivo concreto; algo así como una inmensa zona en el ser humano desde donde proviene e irrumpe con intensidad el dato fascinante de lo “nuevo”. ARISTÓTELES, Libro II, 993b5, la distinguía con la imagen del arquero: la inteligencia sería la mirada del mismo, el cual articula el ámbito de la acción a partir del blanco (objetivo) y apuntando al blanco. Para T. DE AQUINO, Summ. Theol., C.G., II, c. 59, el intelecto es una facultad esencial del alma, siendo necesario que se multiplique como se multiplican las almas. En la filosofía kantiana y postkantiana la palabra “intelecto” se reserva a la facultad del juicio, mientras que el acto de formular razonamientos corresponde a la razón; este estilo kantiano distingue a la razón como aquella que busca de conocer lo eterno y lo absoluto, en cambio el intelecto viene suscrito sólo para los datos experimentales. X. XUBIRI, Sobre el Hombre, Morcelliana 1990, 27, que se esfuerza por recuperar la razón del mundo abstracto kantiano y centrarla en el ámbito de la realidad, sostiene que “la aprehensión de las cosas es el acto elemental de todo acto intelectual”; “la inteligencia no es un acto, sino una habitud”, la habitud de “aprehender las cosas como realidad”, este “aprehender” es enfrentamiento, “es la habitud subyacente a todos aquellos actos; en sí, es el acto elemental de la inteligencia. La aprehensión de algo como realidad, no es sólo el acto elemental de la inteligencia, sino que es un acto exclusivo de ella. La aprehensión consiste en concebir, juzgar, idear, proyectar, etc., y que sólo aprehendiendo las cosas como reales es como la inteligencia ejecuta los actos de concebir, juzgar, etc., actos a que le fuerza la realidad misma de las cosas.

[2] En la actualidad resale la tendencia de conceptualizar la inteligencia sólo desde un aspecto: para los existencialistas y románticos la inteligencia es emocional; otros, la remiten al ámbito racional y gustan eludir acusaciones de la conciencia con escusas frívolas que denigran a la misma razón; y, los hay aquellos que la refieren sólo en el ámbito determinista y volitiva.

[3] Es un craso error e insulto al ser humano afirmar que el amor es un sentimiento: se estaría limitando sólo al plano pasional; el amor se siente tanto que hinca en lo más profundo de la libertad, y es auténtico cuando se expresa como opción personal. El amor no se define, se vive; y, para vivirlo, hay que saber lo que se hace; el amor no se intelige, sino que da sentido al inteligir personal y social.